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septiembre-diciembre - 2020 / 4(10)
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Fuente: Colectivo Tizanduche, 2019.
Lo anterior cobra sentido cuando en los talleres de animación
se elabora el taumatropo, cuando se construyen los escenarios con
materiales reciclados, cuando se crean personajes elaborados con
plastilina y objetos locales tales como hojas de papel, ramas secas
de los árboles, piedras, tierra, arena, etcétera. Todo ello se vuelve un
pretexto para cultivar en el niño y la niña habilidades y capacidades
creativas, formas colaborativas y cooperativas de organización pero,
sobre todo, respeto a su autonomía.
Al respecto, Paulo Freire apunta que un saber imprescindible en la
práctica educativa es “el respeto debido a la autonomía del ser del
educando” (Freire, 2004, p. 58), lo cual se toma en cuenta en cada
uno de los pasos del proceso de creación de un cortometraje, pues
son niñas y niños quienes eligen e inventan las historias, personajes y
materiales; se respeta su gusto estético, sus inquietudes y su narrativa.
Las niñas y los niños se organizan y se ponen de acuerdo para
trabajar y colaborar, para llevar a cabo aquello que imaginaron entre
todos y todas a fin de materializarlo en un cortometraje animado.
Tanto sus historias como sus personajes son creaciones que
imaginan en conjunto.
La forma de trabajo es en colectivo y de manera cooperativa, cada
uno/a de las y los participantes sabe que cuando se labora en equipo
todas y todos aportan algo a la historia que quieren contar, buscan
siempre opciones para organizarse y trabajar que los lleven a cumplir
los objetivos propuestos. Saben que si una persona no trabaja, no
podrán avanzar de manera conjunta; por eso, ellos/as mismos/as
tienen que apoyarse e invitar al otro u otra a que colabore.
La animación stop motion,
una experiencia formativa para niñas y niños
Osorio-Carrizosa & Quiroz-López