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mayo-agosto  -  2020  /  3(9)
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                                          sido elaborados principalmente en laboratorios para hacer vacunas,
                                          por  ejemplo,  el virus  del  dengue. Sin embargo,  rastrearlos  es  muy
                                          fácil, puesto que se puede identificar de qué virus provienen esos
                                          fragmentos mediante una secuencia* de cuatro letras que conforman
                                          al  ácido  dexorribonucleico*  (ADN)  o  al  ácido ribonucleico*
                                          (ARN), que son las moléculas capaces de resguardar la información
                                          genética.

                                             Todos los organismos vivos tienen como material genético
                                          al  ADN,  pero  los  virus  pueden  poseer  ADN  o  ARN;  ambos  se
                                          componen de unidades llamadas nucleótidos*, integrados a su
                                          vez por tres estructuras básicas: un grupo fosfato, un azúcar y una
                                          base nitrogenada, esta última  es  la que  le da el nombre a  cada
                                          nucleótido (Figura 1) y su inicial es la letra que se lee en la secuencia.
                                          Para el ADN son A (adenina), C (citosina), G (guanina) y T (timina);
                                          mientras que para el ARN se conservan A, C y G, en tanto que la T es
                                          reemplazada por U (uracilo) (Figura 2). Estas cuatro letras pueden ser
                                          traducidas del lenguaje del ADN o ARN al lenguaje de 20 letras de los
                                          aminoácidos, que son las moléculas que forman a las proteínas. Si el
                                          SARS-CoV-2 se hubiera elaborado en un laboratorio, sería fácilmente
                                          identificado por su secuencia, la cual consiste en una sucesión de
                                          las cuatro letras ya mencionadas (Figura 3), cuya longitud puede ser
                                          desde 4 mil letras en los virus más pequeños, hasta 3 mil millones,
                                          como en el genoma humano.

                                             El hecho de que muchos organismos posean los mismos genes,
                                          pero con algunas diferencias en su secuencia de letras, facilita
                                          detectar un virus de  laboratorio de aquel generado naturalmente,
                                          pues la tecnología actual sólo es capaz de unir fragmentos grandes
                                          de ADN o ARN y no utilizar una serie a la cual se le pueden hacer
                                          cambios específicos en un solo lugar. Por ejemplo, pensemos en
                                          crear un virus que tiene 4 mil letras, éste podría generarse a partir de
                                          cuatro diferentes virus de los cuales se tomarían mil letras seguidas
                                          de cada uno, de modo que al compararlo con las secuencias de otros
                                          virus rápidamente se identificaría de cuáles proviene cada fragmento.

                                                                                             Mitos y verdades alrededor del
                                                                                                       SARS-CoV-2
                                                                                                      Hernández-García
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